BIENVENIDOS

Todos deseamos una vida de éxito. Para alcanzarla en este mundo tan complejo, es esencial que recibamos buenos consejos y que estemos dispuestos a obrar en armonía con ellos.

Muchos de los consejos que ofrecen los numerosos libros de autoayuda que circulan hoy día se centran en quienes ya están pasando por una crisis.

La Biblia, en cambio, no se limita a orientar a las personas que atraviesan momentos de angustia. Sus recomendaciones ayudan a evitar los errores que pudieran complicar innecesariamente la vida.

CONSEJOS BIBLICOS PARA TODOS

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jueves, 12 de agosto de 2010

CÓMO PREPARARSE PARA TENER ÉXITO EN EL MATRIMONIO

LA CONSTRUCCIÓN de un edificio requiere preparación cuidadosa. Antes de colocar el fundamento, debe adquirirse el terreno, han de trazarse los planos y calcular los gastos.

(Lucas 14:28 Jesús dijo: “¿Quién de ustedes que quiere edificar una torre no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo suficiente para completarla?”.

Lo que es cierto en la construcción de un edificio también lo es en la formación de un matrimonio de éxito. Muchos dicen: “Quiero casarme”. ¿Pero cuántos se paran y calculan el costo? Aunque la Biblia habla favorablemente del matrimonio, también señala los desafíos que este presenta.

Por lo tanto, los que están contemplando el matrimonio deben tener una visión realista tanto de las bendiciones como del costo que comporta.

Dios quien dio origen al matrimonio puede ayudarnos mediante la Biblia (2 Timoteo 3:16 “Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia”).

¿Cómo Puede Uno Saber Si Está Preparado Para El Matrimonio?

La construcción de un edificio puede ser costosa, pero no lo es menos su mantenimiento a largo plazo. Lo mismo sucede en el caso del matrimonio. Casarse puede constituir un desafío; pero mantener una buena relación en el matrimonio año tras año no lo es menos. ¿Qué se requiere para mantener esa buena relación? Un factor fundamental es el sentimiento de compromiso sin reservas.

La idea de un compromiso solemne asusta a muchos. Saber que va a estar atado para toda la vida con una misma persona, ¿lo hace sentir acorralado? Si la respuesta es “sí” entonces no está preparado para el matrimonio, no está preparado para aceptar ese compromiso solemne. Pero si amamos de verdad a la persona con la que pensamos casarnos, el compromiso no nos parecerá una carga. Por el contrario, lo veremos como una garantía de seguridad. Hará que la pareja desee estar junta durante tiempos favorables y desfavorables, así como apoyarse mutuamente en toda circunstancia. (1 Corintios 13:4-8 “ El amor es sufrido y bondadoso. El amor no es celoso, no se vanagloria, no se hincha, no se porta indecentemente, no busca sus propios intereses, no se siente provocado. No lleva cuenta del daño. No se regocija por la injusticia, sino que se regocija con la verdad. Todas las cosas las soporta, todas las cree, todas las espera, todas las aguanta. El amor nunca falla”.)

“El compromiso del matrimonio me da seguridad —dice una mujer—. Valoro el sentimiento reconfortante que me produce haber admitido para nosotros mismos y delante del mundo que deseamos mantenernos unidos.” (Eclesiastés 4:9-12.” Mejores son dos que uno, porque tienen buen galardón por su duro trabajo. Pues si uno de ellos cae, el otro puede levantar a su socio. Pero ¿cómo le irá al que está solo y cae cuando no hay otro que lo levante? Además, si dos se acuestan juntos, entonces ciertamente se calientan; pero ¿cómo puede mantenerse caliente uno solo? Y si alguien pudiera subyugar a uno solo, dos juntos podrían mantenerse firmes contra él. Y una cuerda triple no puede ser rota en dos pronto.)

Cumplir ese compromiso requiere madurez. Muchos de los que se casan cuando son muy jóvenes se dan cuenta de que sus necesidades y deseos, así como los de su pareja, cambian después de unos cuantos años. Las estadísticas ponen de relieve que la probabilidad de que los matrimonios de adolescentes sean infelices y terminen en divorcio es mucho mayor que en el caso de los que se desposan más tarde. De modo que no hay que precipitarse. Posponer el matrimonio también puede ayudarnos a entendernos mejor a nosotros mismos, un factor esencial para una buena relación de pareja.

¿Qué Debe Buscarse En El Futuro Cónyuge?

¿Nos parece fácil enumerar las cualidades que nos gustaría que tuviera nuestra pareja? Sin embargo, ¿qué puede decirse de nuestras cualidades? ¿Qué cualidades tengo yo que puedan contribuir al éxito de mi matrimonio? ¿Qué clase de esposo o esposa seré? Por ejemplo, ¿admito sin vacilar mis errores y acepto el consejo, o siempre me pongo a la defensiva cuando me corrigen? ¿Soy normalmente alegre y optimista, o suelo ser pesimista y quejumbroso? Recordemos que el matrimonio no va a cambiar nuestra personalidad. Si somos orgullosos, hipersensibles o muy pesimistas de solteros, seremos igual de casados. Puesto que es difícil vernos a nosotros mismos pregúntese ¿cómo me ven los demás? Si vemos que podemos efectuar algún cambio, trabajemos en ello antes de contemplar el matrimonio.

Imagínese dos instrumentos musicales, como por ejemplo, el piano y la guitarra. Si están bien afinados, cualquiera de los dos produce música agradable como instrumento solista. Pero ¿qué sucede si se tocan juntos? En ese caso deben estar afinados entre sí. Lo mismo sucede con los componentes de la pareja. Es posible que cada uno se haya esforzado por “afinar” su personalidad a nivel individual. Pero la pregunta importante es: ¿están afinados entre sí? En otras palabras, ¿son compatibles?

Es importante que ambos compartan las mismas creencias y principios, debe tener metas similares ¿Cuáles son las suyas? Por ejemplo, ¿qué piensan sobre tener hijos? ¿Qué ocupa el lugar prioritario en su vida? El verdadero éxito en el matrimonio requiere que ambos cónyuges sean buenos amigos y disfruten de la compañía mutua. (Proverbios 17:17 “Un compañero verdadero ama en todo tiempo, y es un hermano nacido para cuando hay angustia”.) Para ello deben poseer intereses en común. Es difícil mantener una amistad estrecha —mucho menos un matrimonio— cuando este no es el caso. Ahora bien, si a su futura pareja le gusta una actividad en particular, como el excursionismo, y a usted no, ¿quiere decir eso que no son el uno para el otro? No necesariamente. Es posible que tengan en común otros intereses de mayor relevancia. Es más, usted puede hacer feliz a su futura pareja participando en las actividades sanas que a ella le gustan (Hechos 20:35 “Hay más felicidad en dar que en recibir”).

Puede decirse que la compatibilidad viene determinada por la facultad de adaptación más bien que por la identidad de caracteres. En vez de preguntarse: ‘¿Concordamos en todo?’, sería mejor plantearse: ‘¿Qué sucede cuando disentimos? ¿Podemos discutir los asuntos con calma, respetando la dignidad de nuestra pareja? ¿O se convierten los desacuerdos en discusiones acaloradas?’. (Efesios 4:31 “Que se quiten toda amargura maliciosa y cólera e ira y gritería y habla injuriosa, junto con toda maldad”.) Si queremos casarnos, debemos cuidarnos de quienes sean orgullosos, dogmáticos, de los que nunca quieran ceder o de los que constantemente insistan en salirse con la suya, abierta o solapadamente.

LA MUJER podría preguntarse: ‘¿Qué reputación tiene este hombre? ¿Quiénes son sus amigos? ¿Tiene autodominio? ¿Cómo trata a las personas mayores? ¿De qué clase de familia procede? ¿Cómo se lleva con sus familiares? ¿Qué actitud tiene con referencia al dinero? ¿Abusa de las bebidas alcohólicas? ¿Tiene mal genio o es incluso violento? ¿Qué responsabilidades tiene en la congregación, y cómo cumple con ellas? ¿Podría respetarlo profundamente?’.

EL HOMBRE podría preguntarse: ‘¿Ama y respeta a Dios esta mujer? ¿Puede encargarse de un hogar? ¿Qué esperará de nosotros su familia? ¿Es prudente, trabajadora, ahorrativa? ¿De qué suele hablar? ¿Se interesa sinceramente por el bienestar ajeno, o es egocéntrica y entrometida? ¿Es confiable? ¿Está dispuesta a someterse a la jefatura, o es terca, incluso hasta rebelde?’.

¿Qué podemos hacer si percibimos tendencias que nos preocupan mucho? Estas deben sopesarse detenidamente. Por mucho que nos atraiga la persona y por grandes que sean los deseos que tengamos de casarnos, nunca cerremos los ojos a las faltas graves. (Proverbios 22:3 “Sagaz es el que ha visto la calamidad y procede a ocultarse, pero los inexpertos han pasado adelante y tienen que sufrir la pena”.) Si tenemos serias reservas sobre nuestra futura pareja, lo más prudente es romper la relación y no comprometernos solemnemente con ella.

CÓMO LOGRAR FELICIDAD EN EL MATRIMONIO

EL MATRIMONIO pudiera compararse a un viaje lleno de sorpresas, unas gratas y otras dolorosas. A medida que la pareja recorre el “trayecto”, van surgiendo obstáculos inesperados, y algunos les pueden parecer insalvables. Pero muchos realizan ese “viaje” felizmente, sin graves percances. Hay que tener presente que el éxito de un matrimonio no se mide por los altibajos que se experimenten, sino por la manera de afrontarlos.

En su opinión, ¿qué puede contribuir a que el viaje por los caminos del matrimonio sea agradable y exitoso? Muchas parejas ven la necesidad de consultar un “mapa de carreteras” que las dirija. El “mapa” más confiable proviene del Fundador del matrimonio: Jehová Dios. Ahora bien, la Palabra inspirada de Dios, la Santa Biblia, no es un amuleto de la buena suerte, pero sí contiene consejos que los casados han de seguir si desean ser felices en su matrimonio (Salmo 119:105; Efesios 5:21-33; 2 Timoteo 3:16).

Veamos algunas indicaciones que da la Biblia —principios clave— que lo pueden guiar en su travesía hacia un matrimonio exitoso.

Trate el matrimonio como algo sagrado. “Lo que Dios ha unido bajo un yugo, no lo separe ningún hombre.” (Mateo 19:6.) El Creador instituyó el matrimonio cuando hizo a Eva y se la dio por esposa a Adán (Génesis 2:21-24). Cristo Jesús, que había presenciado aquel casamiento desde el cielo antes de bajar a la Tierra, confirmó que la unión matrimonial de Adán y Eva tendría que haber sido el comienzo de una relación duradera: “¿No leyeron que el que los creó desde el principio los hizo macho y hembra y dijo: ‘Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se adherirá a su esposa, y los dos serán una sola carne’? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por lo tanto, lo que Dios ha unido bajo un yugo, no lo separe ningún hombre” (Mateo 19:4-6).

Al decir “lo que Dios ha unido bajo un yugo”, Jesús no estaba dando a entender que Dios decide quién se casa con quién. Solo estaba confirmando que fue el propio Dios quien instituyó la relación matrimonial y que, por tanto, esta debe considerarse sagrada.

Como es natural, a nadie le atrae la idea de estar “unido bajo un yugo” con su cónyuge si su relación no es más que una coexistencia fría y desamorada. Lo que los casados desean es que su unión prospere y sea feliz. Y el matrimonio efectivamente puede estar “unido bajo un yugo” y ser feliz si ambos aplican los prácticos consejos del Creador registrados en la Biblia.

Ahora bien, dado que todos somos imperfectos, es inevitable que surjan malentendidos y diferencias. Pero con frecuencia, el éxito del matrimonio no depende tanto de la compatibilidad entre ambos como de la manera en que lidian con la incompatibilidad. Por tanto, una de las cualidades más esenciales en el matrimonio es la de poder resolver los desacuerdos con amor, ya que el amor “es el vínculo que lo une todo en perfecta armonía” (Colosenses 3:14, La Biblia al Día, Nuevo Testamento, edición para España).

Hable con respeto. “Las palabras desconsideradas hieren como una espada, la palabra de un sabio será el remedio.” (Proverbios 12:18, La Nueva Biblia Latinoamérica, 2005.) Los investigadores han descubierto que la mayoría de las conversaciones terminan tal como empezaron. De modo que si la conversación empieza con respeto, es más probable que termine de manera respetuosa. Y a la inversa, todos sabemos cuánto duele que alguien amado nos hable desconsideradamente. Por tanto, pida a Dios que le ayude en su esfuerzo por hablar con dignidad, respeto y afecto (Efesios 4:31). Haruko, una mujer japonesa que lleva cuarenta y cuatro años casada, explica: “Aunque ambos vemos las debilidades del otro, siempre procuramos hablarnos y tratarnos con respeto. Eso ha contribuido mucho a la felicidad de nuestro matrimonio”.

Cultive la bondad y la compasión. “Háganse bondadosos unos con otros, tiernamente compasivos.” (Efesios 4:32.) Cuando surgen grandes desacuerdos, es fácil que la ira de uno provoque ira en el otro. Annette, que vive en Alemania y lleva treinta y cuatro años felizmente casada, admite: “No es fácil mantener la calma cuando se está bajo presión. Se dicen cosas que ofenden a la otra persona, y lo único que se consigue es empeorar la situación”. Pero cuando uno trata de ser amable y compasivo, contribuye a allanar el camino para que haya paz.

Sea humilde. La Biblia dice que “no [hagamos] nada movidos por espíritu de contradicción ni por egotismo, sino considerando con humildad mental que los demás son superiores” (Filipenses 2:3). Muchos conflictos se deben a que los cónyuges, movidos por el orgullo, se culpan el uno al otro de los problemas en lugar de buscar humildemente formas de ayudarse. Cuando surge un desacuerdo, la humildad ayuda a reprimir el impulso de insistir en tener la razón.

No se ofenda por cualquier cosa. “No te des prisa en tu espíritu a sentirte ofendido.” (Eclesiastés 7:9.) No refute enseguida la opinión de su cónyuge ni se ponga a la defensiva si este le cuestiona algo que usted ha dicho o hecho. Procure más bien escuchar lo que le dice y demostrarle que comprende sus sentimientos. Antes de contestar, piense bien lo que va a decir. ¡Cuántas parejas aprenden demasiado tarde que es mucho más importante ganarse el cariño del cónyuge que ganar una discusión!

Sepa cuándo callar. “Todo hombre tiene que ser presto en cuanto a oír, lento en cuanto a hablar, lento en cuanto a ira.” (Santiago 1:19.) Buena comunicación... este es sin duda uno de los factores más importantes para la felicidad marital. ¿Por qué dice la Biblia, entonces, que hay un “tiempo de callar”? (Eclesiastés 3:7.) Porque la buena comunicación exige que haya momentos en los que uno calle y escuche con atención lo que el otro dice para averiguar lo que piensa y por qué piensa de ese modo.

Escuche con empatía. “Regocíjense con los que se regocijan; lloren con los que lloran.” (Romanos 12:15.) La empatía es una cualidad indispensable para la comunicación eficaz, pues quien la posee es capaz de sentir las emociones más profundas de su cónyuge. También ayuda a crear un ambiente en el que las opiniones y los sentimientos de ambos se tratan con respeto y dignidad. “Cuando hablamos de nuestros problemas —confiesa Nella, que vive en Brasil y lleva treinta y dos años casada—, siempre escucho con mucha atención para llegar a entender lo que piensa y siente Manuel.” Cuando su cónyuge hable, recuerde que es “tiempo de callar” y escuchar con empatía.

Acostúmbrese a ser agradecido. “Muéstrense agradecidos.” (Colosenses 3:15.) Algo que da solidez al matrimonio es que ambos se aseguren de que el otro se sienta apreciado. Pero en la rutina diaria hay quienes, pensando que el cónyuge ya sabe que se le valora, desatienden este aspecto esencial de la comunicación. “La mayoría de las parejas —señala la doctora Ellen Wachtel— podrían darse el uno al otro ese sentimiento de valoración si sencillamente se propusieran hacerlo.”

La mujer, en particular, necesita que su esposo le demuestre que la ama y la valora. El hombre puede contribuir mucho a la salud del matrimonio y al bienestar de su esposa —y de él mismo— si se determina a expresar su agradecimiento por lo que ella hace y por las cualidades que manifiesta.

Además de las expresiones verbales de aprecio, también son importantes las muestras de afecto no verbales. Un beso tierno, una dulce caricia y una sonrisa cariñosa le dicen mucho más a una mujer que las palabras te quiero. Esas acciones de parte de su marido la ayudan a sentirse apreciada y necesitada. Llame a su esposa por teléfono o envíele un mensaje electrónico para decirle que la echa de menos o para preguntarle cómo le va. Si nota que ahora, una vez casados, ya no está tan pendiente de demostrarle que la quiere como cuando eran novios, convendría que empezara a hacerlo de nuevo. Siga observando cuáles son los detalles que la hacen feliz.

Entre los consejos que el rey Lemuel del antiguo Israel recibió de su madre, hallamos unas palabras muy oportunas para los casados. Tras mencionar las virtudes de la buena esposa, ella declaró: “Su esposo la alaba y le dice: ‘Mujeres buenas hay muchas, pero tú las superas a todas’” (Proverbios 31:1, 28, 29, Traducción en lenguaje actual). ¿Cuándo fue la última vez que usted, lector, alabó a su esposa, o usted, lectora, alabó a su esposo?

Perdone cuanto antes. “Que no se ponga el sol estando ustedes en estado provocado.” (Efesios 4:26.) Dado que en el matrimonio ambos cónyuges cometen errores, es esencial que los dos estén dispuestos a perdonar. Clive y Monica, de Sudáfrica, llevan casados cuarenta y tres años y dicen que les ha resultado muy útil este consejo bíblico. Clive explica: “Procuramos poner en práctica el principio que se expone en Efesios 4:26 de perdonarnos el uno al otro sin demora, pues sabemos que eso es lo que Dios quiere. Una vez hecho esto, nos sentimos bien, nos vamos a la cama con la conciencia tranquila y dormimos a gusto”.

Un sabio proverbio bíblico dice: “Es hermosura de su parte pasar por alto la transgresión” (Proverbios 19:11). Annette, mencionada antes, confirma la veracidad de estas palabras: “Sin perdón no puede funcionar el matrimonio”. ¿Por qué? “La falta de perdón —explica ella— genera resentimiento y desconfianza, cosas que envenenan un matrimonio. El perdón refuerza el vínculo conyugal y une aún más a la pareja.”

Ahora bien, si usted ha herido los sentimientos de su esposo o de su esposa, no se contente con pensar que ya se le pasará. Para hacer las paces, a menudo hace falta admitir que se cometió un error. Esta es una de las cosas más difíciles que tienen que hacer los casados, pero no se retraiga. Busque la manera de decir con humildad algo como: “Lo siento, cariño. Me equivoqué”. Al pedir disculpas humildemente, se ganará el respeto de su cónyuge y contribuirá a que se vaya forjando entre ustedes una relación de confianza; además, sentirá una gran paz mental.

Respete el compromiso que contrajo con su cónyuge. El marido y la mujer “ya no son dos, sino una sola carne. Por lo tanto, lo que Dios ha unido bajo un yugo, no lo separe ningún hombre”, dijo Jesús (Mateo 19:6). Al casarse, los dos prometen solemnemente ante Dios y los hombres, y el uno al otro, que continuarán juntos aunque surjan problemas. Pero ese compromiso no es tan solo una obligación legalista. Está motivado por un amor sincero, de corazón, y es una muestra del respeto que se tienen el uno al otro y que le tienen a Dios. Así que nunca dañe su sagrada relación marital flirteando con otras personas; usted solo debe tener ojos para su esposa o su esposo (Mateo 5:28).

La abnegación refuerza el compromiso. “No vigil[e] con interés personal solo sus propios asuntos, sino también con interés personal los de los demás.” (Filipenses 2:4.) Poner las necesidades y preferencias del cónyuge por encima de las propias es una de las maneras de reforzar el compromiso. Premji, que lleva veinte años casado, siempre procura colaborar con su esposa en las tareas de la casa, ya que ella tiene un trabajo de jornada completa. “Ayudo a Rita a cocinar, limpiar y demás —comenta—, pues quiero que tenga tiempo y energías para hacer las cosas que le gustan.”

Vale la pena esforzarse

A veces, el gran esfuerzo que envuelve tener un matrimonio feliz puede hacer que algunas personas se vean tentadas a rendirse. Pero no permita que los problemas le hagan quebrantar su compromiso y perder todo lo que lleva invertido en su matrimonio, todo lo que ya han andado juntos.

No hay duda, pues, de que si el marido y la mujer se apoyan el uno al otro durante las dificultades y disfrutan juntos de los momentos agradables, tendrán un feliz “viaje” por los caminos del matrimonio.

Revista Despertad 7/08

LAS TRÁGICAS CONSECUENCIAS DE LA INFIDELIDAD

“Me he marchado”, decía el mensaje grabado en el contestador. Probablemente fueron las palabras más devastadoras que el esposo de Pat jamás le dijo. “No podía creer que me hubiera traicionado —comenta ella—. Lo que más había temido siempre, que mi marido me abandonara por otra, se convirtió en una espantosa realidad.”

PAT tenía 33 años y realmente deseaba que su matrimonio marchara bien. Su esposo le había asegurado que nunca la dejaría. “Prometimos apoyarnos el uno al otro pasara lo que pasara —recuerda—. Estaba convencida de su sinceridad. Entonces... hizo aquello. Ahora no tengo nada, ni siquiera un gato o un pececillo.”

Hiroshi nunca olvidará el día en que se descubrió que su madre mantenía una relación extramarital. “Tenía apenas 11 años —relata—. Mi madre entró en la casa como un huracán, seguida por mi padre, que le decía: ‘¡Espera! ¡Hablemos del asunto!’. Intuí que algo horrible había sucedido. Mi padre estaba destrozado, y todavía no se ha repuesto del todo. Además, como no tenía a nadie en quien confiar, recurrió a mí. ¡Imagínese! ¡Un hombre de más de 40 años buscando consuelo y empatía en su hijo de 11 años!”

Bien sea que se trate de los escandalosos líos que han conmocionado a miembros de la realeza, políticos, estrellas de cine y líderes religiosos, o de la traición y las lágrimas vertidas en el seno de nuestras propias familias, la infidelidad conyugal sigue haciendo sentir sus trágicos efectos. “El adulterio parece ser tan universal y, en algunos casos, tan común como el matrimonio”, afirma The New Encyclopædia Britannica. Algunos investigadores calculan que entre el 50 y el 75% de las personas casadas han sido infieles alguna vez. La experta en asuntos matrimoniales Zelda West-Meads asegura que aunque hay muchos casos de infidelidad que no se descubren, “el peso de las pruebas indica que las relaciones extraconyugales siguen aumentando”.

Un alud de sentimientos

Por espeluznantes que sean, las estadísticas sobre la infidelidad y el divorcio no revelan todo el impacto que estos episodios producen en la vida cotidiana de las personas. Además de las enormes repercusiones económicas, piense en las montañas de sentimientos encerrados en dichas estadísticas: los ríos de lágrimas derramadas; la confusión, el pesar, la ansiedad y el dolor inmensurables que se sufren, así como las incontables noches de desvelo a causa de la angustia. Aunque las víctimas superen la penosa prueba, lo más probable es que queden marcadas por mucho tiempo. Las heridas y el daño infligidos no se reparan fácilmente.

“Una ruptura matrimonial normalmente provoca un gran estallido de emociones —explica el libro How to Survive Divorce (Cómo sobrevivir al divorcio)—, emociones que a veces amenazan con nublarle a uno la visión. ¿Qué debo hacer? ¿Cómo debo reaccionar? ¿Cómo voy a sobreponerme? Puede que se pase de la certeza a la duda, de la ira a la culpabilidad o de la confianza a la sospecha.”

Tal fue el caso de Pedro cuando se enteró de la infidelidad de su mujer. “La infidelidad origina un torrente de emociones confusas”, manifestó. Si las víctimas no entienden bien la sensación de desolación que experimentan, mucho menos las personas de fuera, que no conocen a fondo la situación. “Nadie entiende realmente lo que siento —asegura Pat—. Cuando pienso en que mi esposo está con ella, siento un dolor físico real, algo imposible de explicar.” Y añade: “Algunas veces creo que me estoy volviendo loca. Un día siento que tengo el control de la situación, y al día siguiente que no; un día lo extraño, y al día siguiente recuerdo toda la intriga y las mentiras y la humillación”.

Ira y ansiedad

“A veces, la emoción que te embarga es pura ira”, admite una víctima de la infidelidad. No es solo indignación por el mal cometido y la herida infligida, sino más bien, como explicó una periodista, “resentimiento por lo que pudo haber sido y se echó a perder”.

Son asimismo comunes la pérdida del amor propio y los sentimientos de ineptitud. Pedro dice: “Surgen dudas como: ‘¿No soy lo suficientemente atractivo? ¿Adolezco de algún otro defecto?’. Uno empieza a analizarse exhaustivamente para encontrar la falla”. Zelda West-Meads, del Instituto Nacional de Consejería Matrimonial de Gran Bretaña, confirma lo anterior en su libro To Love, Honour and Betray (Para amarte, honrarte y traicionarte), al decir que “una de las cosas más difíciles con las que hay que contender [...] es la pérdida de la autoestima”.

Culpabilidad y depresión

Las emociones mencionadas suelen ir seguidas de cerca por oleadas de culpabilidad. Una esposa abatida señaló: “Creo que el sentimiento de culpa atormenta muchísimo a las mujeres. Una se culpa a sí misma y se pregunta: ‘¿En qué fallé?’”.

Un esposo traicionado revela otro aspecto de lo que él llama “emociones tipo montaña rusa”. Dice: “La depresión es un nuevo factor que llega como el mal tiempo”. Cierta esposa recuerda que cuando su marido la abandonó, lloraba todos los días. “Recuerdo muy bien el primer día que pasé sin llorar varias semanas después que él me dejó —dice—. Transcurrieron varios meses antes de mi primera semana sin llanto. Aquellos días y semanas sin lágrimas marcaron hitos en mi camino hacia la recuperación.”

Doble traición

Muchos no comprenden que el adúltero con frecuencia le asesta un golpe doble a su cónyuge. ¿Cómo? Pat nos da una clave: “Fue algo muy duro para mí, pues no solo era mi esposo, sino también mi amigo —mi mejor amigo— por muchos años”. Efectivamente, en la mayoría de los casos la esposa busca el apoyo de su esposo cuando surgen dificultades; pero entonces, él no solo se convierte en el causante de graves traumas emocionales, sino que deja de ser la fuente de ayuda que ella tanto necesita. De un solo golpe le causa a su esposa un gran dolor y la priva de su leal confidente.

Por tal razón, una de las cosas que más abruman al cónyuge inocente es el sentirse traicionado y ver destruida la confianza depositada en su pareja. Una consejera matrimonial explica por qué la traición conyugal es tan demoledora en sentido emocional: “Invertimos tanto de nosotros mismos en el matrimonio —ilusiones, sueños y expectativas— [...], buscando a alguien en quien podamos confiar de verdad, alguien con quien podamos contar siempre. Si de repente nos arrebatan esa confianza, es como si un castillo de naipes se desplomara con el viento”.

Como señala el libro How to Survive Divorce, es obvio que las víctimas “necesitan ayuda para superar el trauma emocional [...], para saber con qué opciones cuentan y cuál elegir”. Ahora bien, ¿cuáles son esas opciones?

“¿Será la reconciliación el remedio en nuestro caso? —quizás se pregunte usted—, ¿o debo obtener el divorcio?” Sobre todo si la relación matrimonial ha sido tirante, podría resultar muy tentador apresurarse a concluir que el divorcio es la solución a los problemas. “Después de todo —tal vez razone—, la Biblia autoriza el divorcio en caso de infidelidad conyugal.” (Mateo 19:9.) Por otro lado, puede que concluya que la Biblia no hace hincapié en el divorcio y, por lo tanto, considere que es mejor reconciliarse y reconstruir y consolidar el matrimonio.

Divorciarse o no del cónyuge infiel es una decisión personal. Sin embargo, ¿cómo saber qué camino tomar? En primer lugar, sírvase examinar algunos de los factores que le ayudarán a determinar si es posible la reconciliación.

Revista "Despertad" 99/ 22-4

LA OPCIÓN DEL DIVORCIO

“Si tu marido muere, la gente se muestra comprensiva contigo aunque no hayas sido la mejor esposa; pero si te abandona, hay quienes piensan que no te esforzaste lo suficiente. Por favor, ¡AYÚDENME!”—Una lectora de ¡Despertad! de Sudáfrica.

LA INFIDELIDAD y el divorcio son experiencias muy traumáticas. Si bien muchos han encontrado motivos para reconciliarse con su cónyuge y conservar el matrimonio, otros han tenido razones válidas para elegir la opción que Dios ofrece de divorciarse del cónyuge adúltero (Mateo 5:32; 19:9). Se puede dar el caso, por ejemplo, de que la seguridad, la espiritualidad y el bienestar general de la esposa fiel y de sus hijos corran peligro, de que ella tema contraer una enfermedad de transmisión sexual o de que aunque haya perdonado a su marido adúltero, tenga poco fundamento para creer que es posible recuperar del todo la confianza que le tenía y continuar la vida en común.

“Fue la decisión más difícil de mi vida”, admitió una esposa consternada. Una decisión difícil, sí, no solo por lo doloroso de la traición, sino también porque el divorcio tiene repercusiones de gran alcance que afectan a todo aspecto de la vida. Por consiguiente, la decisión de divorciarse o no del cónyuge infiel es totalmente personal, y es un derecho bíblico que los demás han de respetar.

Por desgracia, muchas personas se divorcian precipitadamente sin detenerse a pensar en el costo (compárese con Lucas 14:28). ¿Cuáles son algunos de los factores implicados en la opción del divorcio?

Si hay hijos

“Los padres se concentran tanto en sus propios problemas que a menudo olvidan o pasan por alto las necesidades de sus hijos”, afirma el libro Couples in Crisis. Por lo tanto, al contemplar la posibilidad del divorcio, tome en consideración la espiritualidad y el bienestar de sus hijos. Muchos investigadores comentan que cuanto más amistoso sea el divorcio, tanto menor será el sufrimiento de los hijos. Incluso en circunstancias difíciles, la apacibilidad ayudará a la persona a ‘no pelear, sino a ser amable para con todos, manteniéndose reprimida bajo lo malo’ (2 Timoteo 2:24, 25).

Quien opte por el divorcio debe tener presente que son los esposos —no los hijos— los que se divorcian. Los hijos siguen necesitando a ambos padres. Por supuesto, hay circunstancias extremas, como cuando el niño corre el riesgo de sufrir maltrato o abusos deshonestos. Pero las diferencias religiosas o personales no deben utilizarse para privar a los hijos del beneficio de contar con ambos padres.

También hay que tomar en cuenta las frágiles emociones de los niños pequeños y la necesidad que tienen de que se les prodigue seguridad y cariño. “La continuidad del amor —asegura un libro— les servirá de telón de fondo y de cimientos para afrontar la nueva situación.” Además, el atender diariamente a sus necesidades espirituales puede contribuir a su estabilidad (Deuteronomio 6:6, 7; Mateo 4:4).

Trámites legales y financieros

El divorcio despoja inevitablemente a los cónyuges de cierta cantidad de ingresos y bienes, de algunas comodidades y quizás de una casa muy querida. Como tal vez haya que vivir con más gastos y menos ingresos, es conveniente hacer un presupuesto realista según las prioridades económicas. Debe evitarse el impulso de compensar las pérdidas y los sentimientos heridos derrochando el dinero o endeudándose.

Si se opta por el divorcio, es preciso que ambas partes decidan el manejo de las cuentas conjuntas. Para evitar la malversación de fondos de una cuenta bancaria conjunta, por ejemplo, sería bueno pedir a la institución que, mientras cada uno no tenga su propia cuenta, exija las firmas de los dos titulares para sacar dinero.

También es aconsejable llevar un registro exacto de los gastos e ingresos para acordar la pensión alimentaria. Además, en muchos países, la ley exige que se informe al fisco del cambio de estado civil.

Por otro lado, a muchas personas les resulta útil consultar con un abogado experto en divorcios. Algunos países permiten la intervención de un mediador o conciliador que ayude a las parejas a llegar a acuerdos pacíficos y aceptables para ambas partes, los cuales son ratificados después por un tribunal. Muchos padres prefieren utilizar los servicios de un profesional que no sea contencioso, sobre todo cuando hay hijos. Más bien que intentar ganar a todo trance, procuran reducir al mínimo los conflictos y el daño. El precio que hay que pagar en términos emocionales y económicos para obtener ciertas ganancias materiales, simplemente no vale la pena.

Cambio en las relaciones

“No debe subestimarse la incomodidad y la inseguridad que muchas personas sienten con respecto a sus amigos divorciados”, sostiene una investigadora. Aun cuando el cónyuge fiel actúe conforme a sus derechos legales, morales y bíblicos, algunos quizás lo vean como el causante de la ruptura matrimonial. Su reacción puede ir desde un frío saludo hasta el rechazo obvio; peor aún, antiguos compañeros íntimos tal vez lo traten con franca animosidad.

Muchos sencillamente no comprenden todo el apoyo que precisa quien atraviesa un divorcio. Tal vez les parezca que basta con enviar una breve carta o una tarjeta. Sin embargo, suele haber amigos que “tienen la sensibilidad adecuada —dice el libro Divorce and Separation, y que llamarán para ver si deseas que te acompañen a algún lugar, si quieres que te hagan algo o si solo tienes ganas de hablar”. En efecto, la persona que pasa por este difícil trance necesita, como dice la Biblia, de “un amigo más apegado que un hermano” (Proverbios 18:24).

El camino hacia la recuperación

“Todavía hay ocasiones en que siento una soledad increíble, incluso cuando estoy rodeada de gente”, confiesa una madre que se divorció hace dieciséis años. ¿Cómo sobrelleva la situación? “He construido mi propio mecanismo de defensa —dice— manteniéndome ocupada en el trabajo, en el cuidado de mi hijo y en los quehaceres de la casa. También comencé a asistir a las reuniones de los testigos de Jehová, a expresar mi fe a los vecinos y a hacer cosas para los demás. Esto me ayudó muchísimo.”

Ciertas fechas y épocas del año pueden hacer revivir memorias y emociones dolorosas: el día en que se descubrió la infidelidad, el momento en que su cónyuge se marchó de casa, la fecha del juicio. Los acontecimientos felices que la pareja compartía, como las vacaciones y los aniversarios de boda, pueden convertirse en experiencias emocionales difíciles de soportar. “Esos días procuro pasar tiempo con mi familia o con amigos cercanos que conocen la situación —dice Pat—. Hacemos cosas que irán desplazando los pensamientos del pasado y convirtiéndose en nuevos recuerdos. Pero mi mayor ayuda es la relación que tengo con Jehová, saber que él entiende lo que siento.”

No se desespere

Los cónyuges inocentes que, ateniéndose a los principios bíblicos, se valen del derecho otorgado por Dios de divorciarse del cónyuge adúltero, no tienen por qué sentirse culpables ni temer que Jehová los haya abandonado. Lo que Dios odia es el proceder traicionero del cónyuge adúltero, la causa de “lloro y suspiro” (Malaquías 2:13-16). Hasta Jehová, el Dios de “tierna compasión”, sabe lo que es ser rechazado por alguien a quien se ama (Lucas 1:78; Jeremías 3:1; 31:31, 32). Por lo tanto, tenga la seguridad de que “Jehová es amador de la justicia, y no dejará a los que le son leales” (Salmo 37:28).

Naturalmente, para empezar sería mucho mejor evitar la infidelidad conyugal y sus trágicas consecuencias. El secreto de la felicidad familiar, un práctico manual para la familia, está ayudando a muchas personas de todo el mundo a conseguir matrimonios felices y evitar la infidelidad. Algunos de sus capítulos tratan de cómo tener un matrimonio feliz, cómo educar a los hijos y cómo resolver los problemas maritales. Los testigos de Jehová de la localidad o los editores de esta revista tendrán mucho gusto en suministrarle más información sobre este tema.

Revista “Despertad” 99/ 22-4

¿ES POSIBLE LA RECONCILIACIÓN?

“Es fácil iniciar los trámites del divorcio de manera impulsiva —observa el libro Couples in Crisis (Matrimonios en crisis)— y, sin embargo, debe haber muchos matrimonios que en esencia valen la pena y que podrían salir airosos si resolvieran los problemas.”

ESTE comentario armoniza con una antiquísima enseñanza de Jesucristo sobre el divorcio. Aunque él dijo que al cónyuge inocente le está permitido obtener el divorcio en caso de infidelidad, no indicó que fuera una obligación hacerlo (Mateo 19:3-9). Puede que el cónyuge fiel tenga razones para intentar salvar su matrimonio. Quizás el transgresor aún ame a su esposa, o tal vez sea un marido y un padre cariñoso que mantiene debidamente a su familia. Teniendo en cuenta sus propias necesidades y las de sus hijos, el cónyuge fiel puede optar por la reconciliación en vez del divorcio. De ser así, ¿qué factores debe considerar, y cómo puede superar las dificultades que entraña la reconstrucción del matrimonio?

Ante todo, cabe indicar que ni el divorcio ni la reconciliación son fáciles. Tampoco el simple hecho de perdonar al cónyuge adúltero soluciona los problemas de fondo de la pareja. Por lo general, para salvar un matrimonio se necesita un dolorosísimo examen de conciencia, comunicación franca y mucho empeño. Los esposos a menudo subestiman el tiempo y el esfuerzo que exige rehacer un matrimonio dañado. Con todo, muchos han perseverado y han sido recompensados con una unión estable.

Interrogantes que deben contestarse

Para tomar una decisión bien fundada, el cónyuge fiel debe aclarar sus sentimientos y saber qué posibilidades de elección tiene. Podría reflexionar sobre las siguientes preguntas: ¿Desea él volver? ¿Ha terminado definitivamente la relación adúltera, o se muestra reacio a hacerlo de inmediato? ¿Ha dicho que lo siente? En ese caso, ¿se ha arrepentido sinceramente y siente remordimientos por lo que hizo, o tiende a culparme de su falta? ¿En verdad lamenta el daño que ha causado, o solo está acongojado porque su relación ilícita ha salido a la luz y se ha visto malograda?

¿Y qué ocurrirá en el futuro? ¿Ha empezado a rectificar las actitudes y acciones que lo condujeron al adulterio? ¿Está firmemente resuelto a no volver a cometer el mal, o todavía tiende a coquetear y a formar lazos emocionales indebidos con personas del sexo opuesto? (Mateo 5:27, 28.) ¿Se ha comprometido del todo a rehacer el matrimonio? Si es así, ¿qué está haciendo a tal efecto? Las respuestas apropiadas a estos interrogantes pueden servir de base para creer que es posible restaurar el matrimonio.

La comunicación es fundamental

“Resultan frustrados los planes donde no hay habla confidencial”, dice un escritor bíblico (Proverbios 15:22). Este es el caso cuando el cónyuge inocente siente la necesidad de conversar con su pareja sobre la infidelidad. Sin entrar necesariamente en detalles íntimos, quizás puedan hablar con el corazón en la mano a fin de sacar a flote la verdad de lo acaecido y aclarar las ideas equivocadas. Esto, a su vez, evitará que la pareja siga distanciándose debido a los malentendidos y el resentimiento prolongado. Es cierto que tales conversaciones pueden resultar penosas para ambos, pero muchos han descubierto que son una parte importante del proceso para restaurar la confianza.

Otro paso esencial para una reconciliación efectiva es tratar de determinar los puntos conflictivos del matrimonio, aquellas cosas en que ambos esposos tienen que mejorar. Zelda West-Meads aconseja: “Cuando hayan hablado lo suficiente de la dolorosa situación, cuando hayan decidido que la aventura ha terminado definitivamente y que a pesar de todo desean conservar su unión, determinen en qué han fallado y renueven el matrimonio”.

Quizás no se hayan mostrado el debido aprecio el uno al otro, hayan desatendido las actividades espirituales o no hayan pasado suficiente tiempo juntos. Es posible que usted no haya dado a su cónyuge el amor, la ternura, la alabanza y la honra que este necesitaba. Volver a evaluar juntos sus metas y sus valores fomentará la unión y evitará actos futuros de infidelidad.

Esfuerzos por perdonar

A pesar de sus esfuerzos sinceros, puede que a la esposa herida no le resulte fácil perdonar a su marido, y mucho menos a la mujer con quien cometió la infidelidad (Efesios 4:32). Pero sí puede procurar librarse paulatinamente del resentimiento y la amargura. “El cónyuge fiel debe reconocer que llega un momento en que hay que seguir adelante —dice una obra de consulta—. Es importante que no siga sacando a colación las faltas pasadas de su pareja para castigarla cada vez que surja una discusión.”

Muchos han descubierto que al esforzarse por reducir y eliminar el fuerte resentimiento, con el tiempo han dejado de sentir hostilidad hacia el ofensor, lo que constituye un paso esencial en la reconstrucción de un matrimonio.

Aprenda a confiar otra vez

“¿Podremos volver a confiar el uno en el otro?”, preguntó muy turbada una esposa, y con razón, pues la traición del adúltero destruye —o al menos perjudica gravemente— la confianza que se tenía en él. Como un jarrón precioso, la confianza es fácil de romper y difícil de reparar. El hecho es que debe existir confianza y respeto mutuos para que una relación no solo sobreviva, sino también prospere.

Esto significa que hay que aprender a confiar otra vez. En lugar de exigir con insensibilidad que confíen en él, el cónyuge culpable puede contribuir a ganarse la confianza siendo totalmente abierto y honrado con respecto a sus actividades. A los cristianos se les insta a ‘desechar la falsedad y hablar verdad’ los unos con los otros (Efesios 4:25). Para recuperar la confianza, empiece por “dar a su [esposa] un itinerario exacto de todos sus movimientos —aconseja Zelda West-Meads—. Dígale adónde irá y cuándo regresará, y asegúrese de estar donde dijo que estaría”. Si cambia de planes, manténgala informada.

Recobrar el amor propio requiere tiempo y esfuerzo. El esposo culpable puede ayudar no escatimando sus muestras de afecto ni sus palabras de encomio, repitiéndole a su mujer que la aprecia y la ama. “Reconózcanle el trabajo de sus manos”, recomienda una respetada consejera matrimonial (Proverbios 31:31, La Nueva Biblia Latinoamérica, 1995). Por su parte, la esposa puede ir recuperando la confianza en sí misma centrando su atención en las cosas que hace bien.

Lleva tiempo

En vista del dolor tan intenso que causa la infidelidad, no sorprende que después de muchos años aún puedan acudir a la memoria recuerdos vívidos y dolorosos. Sin embargo, a medida que la herida vaya sanando, la humildad, la paciencia y el aguante por parte de ambos componentes de la pareja contribuirán a restaurar la confianza y el respeto (Romanos 5:3, 4; 1 Pedro 3:8, 9).

“El dolor horrible de los primeros meses no es duradero —asegura confortadoramente el libro To Love, Honour and Betray—. Con el tiempo desaparece [...]. Al final, descubres que puedes pasar días, semanas, meses y hasta años sin pensar en lo ocurrido.” Al seguir aplicando los principios bíblicos en su matrimonio y buscando la bendición y guía de Dios, sin duda experimentará el efecto tranquilizador de “la paz de Dios que supera a todo pensamiento” (Filipenses 4:4-7, 9).

“Volviendo la vista atrás —dice Pedro—, vemos que lo sucedido cambió el rumbo de nuestra vida. Aún tenemos que hacerle algunas reparaciones a nuestro matrimonio de vez en cuando, pero superamos la prueba, seguimos casados y somos felices.”

Ahora bien, ¿y si el cónyuge inocente no tiene motivos para perdonar al infiel? ¿Y si lo perdona (en el sentido de no abrigarle resentimiento), pero por buenas razones decide valerse de la provisión bíblica del divorcio? ¿Qué problemas conlleva el divorcio? Lo invitamos a considerar los factores que hay implicados en un divorcio, y cómo algunos han hecho frente a la situación.

Revista “Despertad” 99/ 22-4

miércoles, 11 de agosto de 2010

Cómo saber si La Biblia es la Palabra de Dios

¿No fue escrita por hombres hace mucho tiempo atrás?

¿Es la Biblia científicamente confiable?

¿Puede cambiar la vida de la gente?

¿Son iguales todas las Biblias?

La Biblia ha sido durante mucho tiempo el libro más vendido en la historia de los Códices (Un Códice es un conjunto de hojas cortadas, cocidas y pegadas que forman cuadernillos y cuadernos. Antes de los Códices sólo existían rollos).

Inclusive se le ha llamado “La Palabra de Dios”. Y muchos dicen que ha ejercido una poderosa influencia en la vida de la gente.

Sin embargo muchos nos hemos preguntado alguna vez… ¿Es verdad todo lo que la gente dice acerca de la Biblia? ¿Cuál es su historia? ¿Acaso no fue escrita por hombres?

En este artículo analizaremos con detalle algunos datos históricos y hechos científicamente comprobables, que nos ayudarán a saber si es la Biblia un libro que merezca nuestra confianza.

Su Historia

LA Biblia es más que solo un libro. Es una biblioteca de 66 libros —algunos cortos y otros bastante largos— que contienen ley, profecía, historia, poesía, consejo y mucho más.

Siglos antes del nacimiento de Cristo, judíos o israelitas escribieron (principalmente en hebreo) los primeros 39 libros. Esta es la parte de la Biblia llamada con frecuencia el Antiguo Testamento.

Los últimos 27 libros fueron escritos en griego por cristianos, y son muy conocidos como el Nuevo Testamento. Según las pruebas internas y las tradiciones más antiguas, los 66 libros fueron escritos durante un período de unos 1.600 años, desde cuando Egipto era una potencia dominante hasta cuando Roma controlaba el mundo.

La Biblia comenzó a escribirse alrededor del año 1,513 a. E.C. (Antes de la Era Común o antes de Cristo). Fue escrita por 40 hombres de diferentes antecedentes, desde pastores de ovejas y pescadores hasta médicos y abogados.

El Antiguo Testamento y su Supervivencia

Más de 3,000 años atrás, cuando empezó a escribirse la Biblia, Israel era simplemente una nación pequeña entre muchas del Oriente Medio.

En aquel tiempo los israelitas no eran los únicos envueltos en la producción de literatura religiosa. Otras naciones también estaban escribiendo literatura que reflejaba sus creencias religiosas y valores nacionales. Por ejemplo, la leyenda acadia de Gilgamés, de Mesopotamia, y las epopeyas de Ras-Shamra, escritas en ugarítico (un idioma que se hablaba en lo que ahora es el norte de Siria), sin duda eran muy populares. Entre la vasta literatura de aquella época también había obras como Las amonestaciones de Ipu-wer y La profecía de Nefer-rohu, en egipcio, himnos a diferentes divinidades en sumerio y obras proféticas en acadio (Del libro Ancient Near Eastern Texts, edición de James B. Pritchard, 1969, pp. vi, xii, xiii, xiv).

Sin embargo, a todas aquellas obras del Oriente Medio les pasó lo mismo. Fueron olvidadas, y hasta los idiomas en que se escribieron dejaron de existir. Solo en años recientes se han enterado arqueólogos y filólogos de la existencia de aquellas obras y han descubierto cómo leerlas.

Por otra parte, los primeros libros escritos de la Biblia hebrea han sobrevivido hasta nuestros tiempos y todavía se leen extensamente. En ocasiones ciertos eruditos han alegado que de algún modo los libros bíblicos hebreos se derivaron de aquella literatura de la antigüedad. Sin embargo, la supervivencia de la Biblia hebrea —en contraste con tanta de aquella literatura que pasó al olvido— la marca como significativamente diferente.

Debe comprenderse que desde un punto de vista lógico la supervivencia de la Biblia no era de esperarse. Las comunidades que la produjeron experimentaron pruebas tan difíciles y opresión tan enconada que realmente es extraordinario que la Biblia haya sobrevivido hasta la actualidad.

En los años antes de Cristo los judíos que produjeron las Escrituras Hebreas (el “Antiguo Testamento”) eran una nación relativamente pequeña. Moraron en peligro entre poderosos estados políticos envueltos en luchas por la supremacía. Para sobrevivir, Israel tuvo que pelear contra una sucesión de naciones, como los filisteos, los moabitas, los ammonitas y los edomitas. Durante una época en que los hebreos estuvieron divididos en dos reinos, el cruel Imperio Asirio casi eliminó el reino del norte, mientras que los babilonios destruyeron el reino del sur y se llevaron en cautiverio al pueblo; y solo un resto regresó a su tierra 70 años después.

Hasta hay informes de intentos de genocidio contra los israelitas. Allá en los días de Moisés, el Faraón Egipcio ordenó el asesinato de todos los varones israelitas recién nacidos. De haberse llevado a cabo su orden, se habría aniquilado a los hebreos (Éxodo 1:15-22). Mucho tiempo después, cuando los persas dominaban a los judíos, enemigos de los judíos procuraron que se aprobara una ley para exterminarlos. (Ester 3:1-15.) El fracaso de aquella conspiración todavía se celebra en la fiesta judía de Purim.

Después, cuando los judíos fueron subyugados por Siria, el rey Antíoco IV se empeñó en helenizar a la nación judía mediante obligarla a seguir las costumbres griegas y adorar a los dioses griegos. Aquellos esfuerzos también fracasaron. En vez de ser eliminados o asimilados, los judíos sobrevivieron, en contraste con la mayoría de los grupos nacionales a su alrededor, que desaparecieron del escenario mundial. Y las Escrituras Hebreas de la Biblia sobrevivieron con ellos.

El Nuevo Testamento y los Guardianes de la Biblia

Los cristianos, que produjeron la segunda parte de la Biblia (el “Nuevo Testamento”), también fueron un grupo oprimido. A Jesús, su caudillo, se le dio muerte como a un criminal común. En los primeros días después de Su muerte las autoridades judías de Palestina trataron de acabar con los cristianos. Cuando el cristianismo se esparció a otros países, los judíos los persiguieron tenazmente y obstaculizaron su obra (Hechos 5:27, 28; 7:58-60; 11:19-21; 13:45; 14:19; 18:5, 6).

La tolerancia inicial de las autoridades romanas cesó en los tiempos de Nerón. Tácito se jactó de las “torturas intensas” que aquel cruel emperador infligió a los cristianos, y desde su tiempo en adelante el ser cristiano fue un delito castigable con pena de muerte (The Annals, por Tacito, Libro XV. 39, 44 y Latin Selections, edición de Moses Hadas y Thomas Suits, 1961, p. 227).

En 303 E.C. el emperador Diocleciano obró directamente contra la Biblia. Para acabar con el cristianismo, ordenó la quema de todas las Biblias cristianas (The Cambridge History of the Bible, edición de S. L. Greenslade, 1963, tomo 3, p. 476).

Aquellas campañas de opresión y genocidio verdaderamente ponían en peligro la supervivencia de la Biblia. Si a los judíos les hubiera ocurrido lo mismo que a los filisteos y los moabitas, o si hubieran tenido éxito los esfuerzos de —primero— las autoridades judías, y —después— las autoridades romanas por acabar con el cristianismo, ¿quiénes habrían escrito y conservado la Biblia? Felizmente, los guardianes de la Biblia —primero los judíos y después los cristianos— no fueron eliminados, y la Biblia sobrevivió.

Pero surgió otra seria amenaza, si no contra la supervivencia de la Biblia, por lo menos contra su integridad.

¿Son confiables las copias de la Biblia?

Muchas de las obras antiguas ya mencionadas que al fin pasaron al olvido se habían tallado en piedra o grabado en tablillas de barro duraderas. No fue así con la Biblia. Esta fue escrita originalmente en papiro (Hoja hecha a base del tallo de la planta que lleva su nombre) o en pergamino (Hecho de cuero animal)... materiales mucho menos durables. El resultado de esto fue que los manuscritos originales desaparecieron hace muchísimo. Entonces, ¿cómo se conservó la Biblia? Mediante incontables miles de copias hechas laboriosamente a mano. Así se reproducía por lo general un libro antes de la invención de la imprenta.

Pero hay un peligro cuando algo se copia a mano. Sir Frederic Kenyon, el famoso arqueólogo que fue bibliotecario del Museo Británico, explicó: “Hasta ahora no se han creado la mano ni el cerebro humanos que puedan copiar completamente una obra larga sin cometer algún error. [...] De seguro se introducirían errores” (Our Bible and the Ancient Manuscripts, por sir Frederic Kenyon, 1958, p. 50).

Cuando un error se introducía en un manuscrito, se repetía cuando ese manuscrito se usaba como la base para copias futuras. Cuando se hacían muchas copias durante un largo período de tiempo, se introducían muchos errores humanos.

En vista de los muchos miles de copias que se hicieron de la Biblia, ¿cómo sabemos que este proceso no la cambió hasta hacerla irreconocible? Pues bien, considere el caso de la Biblia hebrea, el “Antiguo Testamento”. En la segunda mitad del siglo VI a.E.C., cuando los judíos regresaron del exilio en Babilonia, un grupo de hebraístas conocido como los soferim, “escribas”, llegaron a ser los guardianes del texto de la Biblia hebrea, con la responsabilidad de copiar aquellas Escrituras para su uso en la adoración pública y privada. Eran hombres muy devotos a su labor, profesionales, y su obra fue de la mejor calidad.

Desde el siglo VII hasta el X E.C. los que hicieron la obra que antes hacían los soferim fueron los masoretas. Su nombre se deriva de una palabra hebrea que significa “tradición”, y básicamente ellos también eran escribas encargados de conservar el texto hebreo tradicional. Los masoretas eran meticulosos. Por ejemplo, el escriba tenía que usar como texto maestro una copia debidamente autenticada, y no se le permitía escribir nada de memoria. Tenía que verificar cada letra antes de escribirla (Our Bible and the Ancient Manuscripts, p. 79). El profesor Norman K. Gottwald informa: “Una indicación del cuidado con que cumplían sus deberes era el requisito rabínico de que todos los manuscritos nuevos se sometieran a corrección de pruebas y las copias defectuosas se descartaran inmediatamente” (A Light to the Nations, por Norman K. Gottwald, 1959, p. 40).

¿Con cuánta exactitud transmitieron el texto los soferim y los masoretas? Hasta 1947 era difícil contestar esa pregunta, pues los más antiguos manuscritos hebreos completos eran del siglo X E.C. Sin embargo, en 1947 se hallaron fragmentos de manuscritos muy antiguos en ciertas cavernas cerca del mar Muerto, y entre estos había partes de libros de la Biblia hebrea. Algunos fragmentos eran de antes del tiempo de Cristo. Los escriturarios los compararon con los manuscritos hebreos existentes para ver cuán exactamente se había transmitido el texto. ¿Qué resultado tuvo esta comparación?

Entre las obras de más antigüedad descubiertas estuvo todo el libro de Isaías, y la similitud de su texto con el de la Biblia masorética que tenemos hoy es asombrosa. El profesor Millar Burrows escribe: “Muchas de las diferencias entre el rollo de Isaías [descubierto recientemente] [...] y el texto masorético pueden explicarse como errores al copiar. Aparte de estos, en general hay una notable concordancia con el texto de los manuscritos medievales. Tal concordancia en un manuscrito de mucha más antigüedad ciertamente es testimonio de la exactitud del texto tradicional en conjunto”. Burrows añade: “Maravilla el que por unos mil años el texto experimentara alteraciones tan leves” (The Dead Sea Scrolls, por Millar Burrows, 1955, pp. 303, 304).

En cuanto a la parte de la Biblia escrita en griego por los cristianos —el llamado Nuevo Testamento—, los copistas eran más como aficionados talentosos que como los muy educados y profesionales soferim. Pero por trabajar como lo hacían bajo la amenaza del castigo de las autoridades, tomaban muy en serio su obra. Y hay dos cosas que nos aseguran que hoy tenemos un texto que en esencia es el mismo que se escribió originalmente. Primero, tenemos manuscritos de una fecha mucho más cercana a la de los escritos originales que los manuscritos de la parte hebrea de la Biblia. De hecho, un fragmento del Evangelio de Juan es de la primera mitad del segundo siglo, o sea, de menos de 50 años después de cuando Juan probablemente lo escribió. Segundo, por sí misma la gran cantidad de manuscritos existentes hace posible una formidable demostración de lo válido del texto.

Sobre esto sir Frederic Kenyon testificó: “Hay que enfatizar vigorosamente la seguridad sustancial del texto de la Biblia. Esto se puede decir especialmente del Nuevo Testamento. Tan grande es la cantidad de manuscritos del Nuevo Testamento, de sus traducciones desde los primeros tiempos y de citas de él por los escritores más antiguos de la Iglesia, que es casi seguro que la verdadera lectura de todo pasaje dudoso está en alguna de esas autoridades antiguas. No se puede decir eso de ningún otro libro antiguo del mundo” (Our Bible and the Ancient Manuscripts, p. 55).

Los Idiomas de la Biblia

Los idiomas originales usados en la Biblia obstaculizaban también su supervivencia. Los primeros 39 libros se escribieron principalmente en hebreo, la lengua de los israelitas. Pero el hebreo nunca ha sido lengua extensamente conocida. Si la Biblia hubiera seguido en aquel idioma, su influencia nunca habría trascendido de la nación judía y de los pocos extranjeros que podían leerla. Sin embargo, en el siglo III a.E.C. se comenzó a traducir la parte hebrea de la Biblia al griego para beneficio de los hebreos que vivían en Alejandría, Egipto. En aquel tiempo el griego era lengua internacional. Así los no judíos tuvieron fácil acceso a la Biblia hebrea.

Cuando llegó el tiempo para que se escribiera la segunda parte de la Biblia, el griego todavía se hablaba extensamente, y por eso los últimos 27 libros de la Biblia se escribieron en esa lengua. Pero no todo el mundo entendía el griego. Por eso, poco después empezaron a aparecer traducciones de la parte hebrea y de la parte griega de la Biblia en los idiomas de uso diario en aquellos primeros siglos de la era común, tales como siriaco, copto, armenio, georgiano, gótico y etiópico. El idioma oficial del Imperio Romano era el latín, y se hicieron tantas traducciones al latín que fue necesario mandar hacer una “versión autorizada”. Esta se terminó alrededor de 405 E.C. y llegó a ser conocida como la Vulgata (que significa “popular” o “común”).

Como se ve, a pesar de muchos obstáculos la Biblia sobrevivió hasta los primeros siglos de nuestra era común. Los que la produjeron eran minorías despreciadas y perseguidas que vivían una vida difícil en un mundo hostil. En el proceso de copiarla su significado pudo haberse torcido gravemente, pero está comprobado que eso no sucedió. Además, escapó del peligro de que solo pudieran leerla personas de ciertos idiomas.

Surge ahora la siguiente pregunta: ¿Por qué sobrevivió la Biblia cuando tantas otras obras literarias que no afrontaron las mismas dificultades fueron olvidadas?

La Biblia contesta esto al decir: “El dicho de Jehová dura para siempre” (1 Pedro 1:25). Si la Biblia es en verdad la Palabra de Dios, ningún poder humano puede destruirla. Y hasta este siglo XX, esa es la realidad.

Sin embargo, en el siglo IV E.C. sucedió algo que con el tiempo tuvo como consecuencia nuevos ataques contra la Biblia y afectó profundamente el curso de la historia europea. Solo diez años después de haber intentado Diocleciano destruir toda copia de la Biblia, la política imperial cambió y el “cristianismo” fue legalizado. Doce años después, en 325 E.C., un emperador romano presidió el concilio “cristiano” de Nicea. ¿Por qué resultaría ser peligroso para la Biblia algo que parecía ser tan favorable?