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Todos deseamos una vida de éxito. Para alcanzarla en este mundo tan complejo, es esencial que recibamos buenos consejos y que estemos dispuestos a obrar en armonía con ellos.

Muchos de los consejos que ofrecen los numerosos libros de autoayuda que circulan hoy día se centran en quienes ya están pasando por una crisis.

La Biblia, en cambio, no se limita a orientar a las personas que atraviesan momentos de angustia. Sus recomendaciones ayudan a evitar los errores que pudieran complicar innecesariamente la vida.

CONSEJOS BIBLICOS PARA TODOS

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miércoles, 18 de agosto de 2010

TRES CLASES DE ESTRÉS

Tal como hay varios grados de tensión, también existen diversos tipos.

El estrés agudo procede de las tensiones cotidianas, ocasionadas a menudo por situaciones desagradables que deben resolverse. Ya que son circunstancias ocasionales y temporales, este estrés normalmente puede afrontarse. Claro, hay quienes van de crisis en crisis; el caos parece ser parte de su carácter. Aun en este nivel es controlable el estrés. Ahora bien, el paciente tal vez rehúse cambiar a menos que comprenda las consecuencias que tiene su vida agitada en sí mismo y en quienes lo rodean.

A diferencia del estrés agudo, que es temporal, el crónico es duradero. El afectado no ve la forma de salir de la situación que lo agobia, sea la pobreza y sus lacras, un trabajo desagradable o el desempleo. El estrés crónico también lo ocasionan los problemas familiares persistentes, así como cuidar a un pariente enfermo. Prescindiendo de su origen, este tipo de tensión desgasta a la víctima día tras día, semana tras semana, mes tras mes. “Lo peor del estrés crónico —señala un libro sobre el tema— es que nos habituamos a él. [...] Reconocemos de inmediato el estrés agudo porque es nuevo, pero no prestamos atención al crónico por ser antiguo, familiar y, a veces, hasta cómodo.”

El estrés traumático lo causa una tragedia impactante, como una violación, un accidente o una catástrofe natural. Lo sufren muchos ex combatientes y sobrevivientes de campos de concentración. Los síntomas abarcan los vívidos recuerdos del desastre, que duran años, así como la sensibilización a sucesos menos importantes. A veces se diagnostica al paciente trastorno de estrés postraumático (TEPT) (véase el recuadro superior).

Hipersensibles al estrés

Hay expertos que afirman que el modo en que reaccionamos hoy al estrés depende, en gran medida, de la cantidad y el tipo de estrés que hayamos soportado antes. Dicen que los sucesos traumáticos alteran las “conexiones” químicas del cerebro del afectado, que será más sensible al estrés en el futuro. Por ejemplo, en un estudio realizado con 556 veteranos de la II Guerra Mundial, el doctor Lawrence Brass descubrió que el riesgo de padecer apoplejía era ocho veces mayor, aun cincuenta años después del trauma, si el ex combatiente había sido prisionero de guerra. “La tensión de ser [prisionero de guerra] fue tan grande que marcó las reacciones posteriores de estos individuos: los sensibilizó.”

Algunos entendidos afirman que, por sus graves consecuencias, no deben subestimarse los sucesos angustiantes de la infancia. “La mayoría de los niños traumatizados no van al médico —señala la doctora Jean King—. Sobrellevan el problema, siguen con su vida y, con los años, acaban en nuestras consultas, aquejados de depresión o cardiopatías.” Tomemos como ejemplo la terrible pérdida de un progenitor. “A edad temprana, una tensión tan intensa puede cambiar definitivamente la red de conexiones del cerebro —dice la doctora King—, dejando al huérfano con menos capacidad de afrontar el estrés normal de cada día.”

Por supuesto, la reacción del individuo ante la tensión depende de muchos factores, como su constitución física y los recursos de que disponga para encarar los sucesos estresantes. Pero causas aparte, es posible afrontar el estrés. Claro, no es fácil. La doctora Rachel Yehuda observa: “Recomendarle a quien está sensibilizado a la tensión que se relaje es como decirle al insomne que se duerma”. No obstante, cada uno puede hacer mucho para aminorar el estrés, ¿cómo? El siguiente artículo lo explica.

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